Concluye la ultraderecha con Jair Bolsonaro 13 años de regímenes de izquierda en Brasil


Estados Unidos felicita al nuevo mandatario y anticipa que próximamente discutirán asuntos regionales y los esfuerzos para defender y promover la democracia y los derechos humanos en Venezuela, Nicaragua y Cuba.

Concluye la ultraderecha con Jair Bolsonaro 13 años de regímenes de izquierda en Brasil


Política
Enero 01, 2019 19:30 hrs.
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Justo May Correa › enbocaspalabras

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Miles de los 57 millones 797 mil 847 (55.13%) seguidores que votaron por él vitorearon este martes 1 de enero a Jair Messias Bolsonaro (Partido Social Liberal, PSL), identificado con la ultraderecha, al asumir como presidente de Brasil, tras su triunfo del 28 de octubre en segunda vuelta sobre el progresista Fernando Haddad (Partido de los Trabajadores, PT), que contó con el respaldo de 47 millones 040 mil 906 brasileños (44.87%).

Aunque el nuevo gobierno anuncia un cambio en la línea ideológica, con agenda de medidas de extrema derecha, por encima de la legítima algarabía de sus seguidores se ciernen sobre el gobierno de Bolsonaro difíciles retos que pasan por el Congreso, donde el nuevo mandatario no tiene mayoría ni control sobre el presupuesto, sembrando dudas acerca de sus intenciones de dar un vuelco al modelo brasileño alejado de las líneas de Washington que hereda y lo cual busca cambiar.

El presidente estadounidense Donald Trump felicitó a su nuevo aliado y envió al vicepresidente Mike Pompeo a la ceremonia de asunción del mandatario de la primera economía de Latinoamérica.

Reacción



EEUU anticipa que discutirá con Bolsonaro temas de China, Venezuela, Nicaragua y Cuba

Luego de la ceremonia en sesión extraordinaria en el Congreso, Bolsonaro prometió grandes cambios en su primer discurso como presidente de la república. Dentro del recinto, el presidente pidió a los congresistas que lo ayuden a “rescatar Brasil de la corrupción, la criminalidad y la sumisión ideológica”.

El ultraderechista, que ganó en el segundo turno al izquierdista Partido de los Trabajadores en un escenario polarizado, dijo que intentará construir “una sociedad sin discriminación ni división”.

“Comenzamos un trabajo arduo para que Brasil inicie un nuevo capítulo de su historia y se convierta en la gran nación que todos queremos”, aseguró Bolsonaro.

Mike Pompeo se reunirá más adelante con el nuevo presidente brasileño y el ministro de Relaciones Exteriores, en aras de reafirmar los fuertes nexos entre ambos gobiernos, según informó el Departamento de Estado.

De acuerdo con un comunicado del departamento previo al viaje, ambos países están enfocados en temas como "la promoción de la prosperidad, la seguridad, la educación y la democracia".

Un funcionario de alto rango del Departamento de Estado ofreció el pasado viernes detalles del viaje y aseguró que "las más recientes libres y justas elecciones en Brasil brillan como ejemplo de las vibrantes instituciones democráticas del país y presenta una oportunidad histórica para vínculos más cercanos entre ambos países".

Esos vínculos estaban rotos. En 2005, tres cuartas partes de los 350 millones de habitantes de las naciones sudamericanas tenían presidentes inclinados a la izquierda. Todo había comenzado en 1999 cuando un grupo de gobiernos de América Latina decidió romper con un modelo económico que consideraba había hecho más miserable e injusto al continente, con la peor distribución de la riqueza en el mundo. Ese 1999 llegó al poder en Venezuela Hugo Chávez.

Esa voluntad la ratificaron en 2005 en la IV Cumbre de las Américas realizada en el balneario argentino de Mar del Plata. Concluyó el sábado 5 de noviembre dos días de trabajos con una derrota política del entonces presidente de Estados Unidos George W. Bush, quien no logró respaldo para incluir una resolución a favor del Área de Libre Comercio de las Américas, ALCA.

Las naciones sudamericanas se comprometieron entonces a asumir “la lucha por la distribución equitativa de la riqueza, con trabajo digno y justicia social para erradicar la pobreza, el desempleo y la exclusión”, rechazando además “enérgicamente la militarización del continente”.

Los años siguientes, los resultados en favor de las capas más desprotegidas fueron sorprendentes. Entre 2003 y 2012 las economías latinoamericanas crecieron por encima del 4%, según datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, CEPAL, de las Naciones Unidas.

Esto no se había visto desde 1960. Las estadísticas de este organismo de la ONU refieren que entre 2002 y 2012 los niveles de pobreza bajaron del 44% al 29%; los de pobreza extrema disminuyeron del 19.5 al 11.5%, con un aumento considerable de las clases medias. Los gobiernos de izquierda y centro izquierda pusieron un gran énfasis al gasto público destinado a la inclusión social. Datos de la Unesco revelan que entre 1999 y 2011 el nivel de escolarización inicial pasó del 55% al 75%.

Luego las cosas empezaron a cambiar a grado tal que para 2016 el FMI pronosticaba que ese año terminarían con una recesión del 0.3% Ese brusco cambio se debió a las distorsiones del mercado que pegaron a los precios de las materias primas y de los granos en el mercado internacional.

Estados Unidos, a mediados de 2014 inundó el mercado petrolero, precipitando los precios, el principal sostén de los ingresos del gobierno venezolano. Por el lado del campo, el desplome de los precios internacionales de la soya, principal producto de exportación de Argentina, golpeó también su caudal de ingresos. Menos ingresos significó escasez de recursos para programas sociales tanto de Venezuela como de Argentina. Ello obligó a recortar subsidios, con el consecuente malestar entre las clases más desprotegidas.

En el marco del cambio en Brasil este martes un alto funcionario estadunidense indicó que también discutirán asuntos regionales y los esfuerzos para defender y promover la democracia y los derechos humanos en Venezuela, Nicaragua y Cuba, publicó La Voz de los Estados Unidos de América. "Estados Unidos tiene la intención de trabajar con Brasil para apoyar al pueblo de estos países que están luchando para vivir en libertad con esos regímenes represivos", indicó el funcionario.

"Valoramos el compromiso expresado por el presidente electo Bolsonaro de hacer frente a los tiranos", agregó el funcionario.

Además agregó que el jefe de la diplomacia estadounidense hablará con el nuevo gobierno brasileño sobre comercio y las relaciones con China, así como las maneras cómo el país asiático está ingresando a los países latinoamericanos. Este viaje de Pompeo es el cuarto a la región en menos de medio año.

"También es probable que discutan los esfuerzos conjuntos para combatir el crimen transnacional contra el terrorismo, aumentar la seguridad fronteriza, como también antinarcóticos”, señaló el funcionario.

Venezuela en la mira

Mike Pompeo y el canciller peruano, Néstor Bardales, planean aumentar "presiones" sobre el gobierno de Nicolás Maduro.

En una reunión en el marco de la posesión del presidente electo de Brasil, Jair Bolsonaro, Pompeo elogió a Perú por haber aceptado a centenares de miles de migrantes de Venezuela, de donde 2,3 millones de personas han huido de la hiperinflación y la escasez de alimentos y medicinas en los últimos tres años.

El Departamento de Estado de Estados Unidos dijo que Pompeo analizó con el diplomático peruano "la necesidad de aumentar presiones" sobre el presidente venezolano Nicolás Maduro para mejorar las condiciones en el país.

Durante su estadía en Brasilia, Pompeo también participará en reuniones bilaterales con el presidente peruano Martín Vizcarra y el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu.

Bolsonaro es minoría en el Congreso

El PT, el partido de Luiz Inácio Lula da Silva, es con sus aliados la primera fuerza política en la Cámara de Diputados. El Partido Social Liberal (PSL), de Bolsonaro, será la segunda con 52 legisladores. El partido Demócratas (DEM) es el mayor aliado del nuevo gobierno con 43 representantes. Ambos suman 95 diputados, 19% de toda la Cámara.

En el otro extremo, al menos 148 diputados de ocho partidos distintos, liderados por el PT, deben hacer oposición al nuevo gobierno.
En el Senado, la nueva composición tampoco es muy favorable a Bolsonaro: el PSL logró cuatro senadores y el DEM, seis. Los diez senadores que suman entre los dos representan únicamente el 12 por ciento del total, con lo que el nuevo presidente estará obligado a buscar apoyo si quiere sacar adelante sus propuestas.

Si quiere flexibilizar la ley de desarme Bolsonaro necesitaría aprobar un proyecto de ley en el Congreso. Para reducir la mayoría de edad penal de los 18 a los 16 años necesita una propuesta de enmienda a la Constitución, algo que exige 3/5 partes de los parlamentarios, tanto en la Cámara Baja como en el Senado, y en dos votaciones.

Para acabar con las salidas temporales de los presos y la progresión de la pena precisa de la aprobación del Congreso, lo mismo que para la venta de cualquier empresa estatal. Bolsonaro dijo que quiere vender empresas públicas.

Hasta ahora la política brasileña se ha basado en recibir apoyo a base de distribuir cargos, ya sea en el gobierno o en órganos federales. Sin embargo, Bolsonaro ha dejado muy claro en varias ocasiones que no daría cargos a cambio de tener apoyo político.

Empero, previsiblemente tendrá que buscar acuerdos, ya que se considera muy poco probable pueda gobernar sin construir puentes.

Es de suponerse que acordará con el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), el más grande de Brasil, liderado por Michel Temer, el presidente saliente que llegó al poder como vicepresidente de Dilma Rousseff —que relevó a Lula— como parte de la coalición de 11 partidos que llevó a Dilma a la presidencia en 2011 y de la coalición de 9 partidos que la condujo en 2014 a la reelección.

La caída de Rousseff en 2016 se gestó cuando intentó atacar la corrupción de sus aliados diputados y éstos le dieron la espalda desaforándola.

En principio se habría supuesto que el pedido del Congreso para destituir a la presidenta Dilma Rousseff estaría relacionado con el caso de los sobornos de la petrolífera Petrobras, pero el tema en realidad era del orden fiscal y no tenía que ver directamente con actos de corrupción.

La acusación central contra la presidenta de Brasil en el Congreso fue que violó normas fiscales, maquillando el déficit presupuestal. La mandataria usó fondos de bancos públicos para cubrir programas de responsabilidad del gobierno.

El argumento fue que esa práctica está prohibida por una ley de Responsabilidad Fiscal, pero el gobierno lo hizo de todos modos para exhibir mayor equilibrio entre ingresos y gastos. El mismo recurso fue usado por gobiernos anteriores sin que nada pasara.

El fondo del asunto fue que Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores, llegó al poder en 2011 impulsada por una alianza de 11 partidos políticos. En octubre de 2014 alcanzó la reelección y el 1 de enero de 2015 inició su segunda gestión de cuatro años, en esta ocasión impulsada por una alianza de nueve partidos políticos.

El Partido de los Trabajadores de Rousseff no tenía mayoría en ninguna de las dos cámaras, en la de Diputados de 513 miembros ni en la de Senadores de 82. Mediante esa gran alianza partidaria el gobierno de Rousseff controlaba ampliamente, con 294 diputados, la Cámara baja.

En sus primeros cuatro años Dilma logró preservar la alianza de 11 partidos que la llevaron al poder. Una alianza asaltada por tensiones recurrentes con su principal socio, el centrista Partido del Movimiento Democrático Brasileño.

El vicepresidente de Brasil, Michel Temer, era del Partido del Movimiento Democrático Brasileño, principal socio en la Presidencia del Partido de los Trabajadores de Dilma Rousseff.



Funcionarios y diputados del partido asociado al de Dilma se vieron involucrados en actos de corrupción que la presidenta se negó a solapar. En venganza y para evitar ser desaforados y eventualmente enjuiciados, el martes 30 de marzo de 2016 el Partido del Movimiento Democrático Brasileño, el principal partido de la coalición gubernamental, decidió abandonar el bloque.

El miércoles 13 de abril el Partido Progresista (PP), de la coalición en el gobierno, decidió también retirar su apoyo a la mandataria y anunció que sus 47 diputados estarían por el juicio político a Dilma Rousseff.

Así, el domingo 17 de abril 342 de 513 diputados de la Cámara Baja votaron a favor del inicio del juicio político contra Dilma Rousseff.

The New York Times analizó la situación política en Brasil y llegó a la conclusión de que la presidenta es acusada por legisladores que enfrentan sus propios escándalos. Y es que, según Transparencia Brasil, el 53% de los integrantes de la Cámara de Diputados estaban siendo investigados.

El miércoles 13 de abril, el mismo día que el Partido Progresista rompió también la alianza con el gobierno, la presidenta denunció que había una conspiración para darle un golpe de Estado, insinuando que su vicepresidente Michel Temer era uno de los principales conspiradores.

Ante este panorama, el ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva, el lunes 25 de abril de 2016 calificó a los detractores de Dilma como "políticos corruptos que no se conforman con el resultado de las urnas".

En su discurso ante un seminario de izquierdas en Sao Paulo, el ex mandatario arremetió también contra el jefe de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha, a quien acusó de encabezar el proceso para acortar el mandato de Rousseff, a pesar de ser "un reo en dos procesos de corrupción".

Aún más, Lula también criticó a los medios de comunicación brasileños, a los que acusó de respaldar el "golpe" contra el gobierno de Rousseff.

Lula intentó buscar la presidencia en la elección que ganó Bolsonaro y que lo ha hecho presidente a partir de este martes 1 de enero, pero en septiembre último el Tribunal Electoral de Brasil dictaminó la invalidez de su candidatura estando el ex presidente en prisión, donde enfrenta cinco juicios por presuntos actos de corrupción, a lo que alega Lula que es objeto de una persecución política.





Actualización 2019-01-02 07:36:40

Silencio y preocupación del Papa por la asunción de Jair Bolsonaro

Clarín, de Buenos Aires, publica este miércoles 2 de enero el siguiente trabajo de Julio Algañaraz:

Ni una palabra, pero hay mucha preocupación del Papa y las cumbres del Vaticano por la instalación en el poder del presidente brasileño Jair Bolsonaro y su modelo ultraderechista y neoliberal, exactamente lo opuesto a las reformas sociales progresistas de la Iglesia de los pobres que auspicia Francisco. En la salsa de la angustia se mezcla otro condimento igualmente amargo: la victoria de Bolsonaro se sustenta en el apoyo masivo de los evangélicos pentecostales, que marchan hacia el primado religioso de los protestantes en los próximos años, tras pasar a los católicos brasileños que vienen en baja.

Las estadísticas implacables señalan que mientras Brasil está por llegar a los 200 millones de habitantes, los católicos descendieron del 74% a poco más del 60% en las últimas tres décadas. Algunos estudiosos afirman que el fenómeno se acelera. José Diniz, de la Escuela Nacional de Ciencias Estadísticas de Rio de Janeiro, estima que hacia 2030 los católicos serán menos del 50% de la población brasileña. Los evangélicos creen que a más tardar en 2026 dejarán atrás a la Iglesia católica, que hace medio siglo reunía al 90% de la población brasileña. El título de país católico más grande do mundo se destiñe irremediablemente y algún día no muy distante este cetro pasará a manos de México.

Durante la campaña electoral, Bolsonaro firmó con la Iglesia católica de Río de Janeiro un compromiso de que se opondría con todas sus fuerzas a la legalización del aborto y las drogas. Pero los “soldados de la fe” se convirtieron en el pivote fundamental en el camino de Bolsonaro hacia el Palacio de Planalto. Existe incluso una milicia con uniformes militares que agrada al nuevo presidente, bautizada como los Gladiadores del Altar. Su lema: “Brasil por encima de todo, Dios sobre todos”.

“Usted habla nuestro idioma”, dijo a Bolsonaro el pastor José Wellington, líder de la Asamblea de Dios. Los evangélicos influyeron decisivamente en el apoyo total del nuevo presidente a Israel, que llevará al traslado de la embajada brasileña de Tel Aviv a Jerusalén. El premier israelí “Bibi” Netanyahu fue uno de los invitados más celebrados en las ceremonias de asunción del mando del nuevo presidente.

La potencia evangélica se consolido así desde el norte al sur de América, homogeneizando religión y política en una experiencia que en Estados Unidos jugó un papel clave en la victoria de Donald Trump, con su vicepresidente Mike Pence como uno de los principales adeptos. Los católicos conservadores se mueven en estrecha intimidad en este formidable grupo de presión transversal. Trump ya señaló como su aliado íntimo a Bolsonaro. En EE.UU., los evangélicos cuentan con cien millones de adeptos y más del 80% votó por Donald for president en noviembre de 2016. En Brasil, 42 millones de fieles hicieron lo mismo con Bolsonaro, guiados por miles de pastores biblia en mano.

Guerra en la Iglesia católica de EE.UU.: el arzobispo de Boston denuncia al de Nueva York

En el Vaticano se analizan de nuevo las razones del desastre y se susurran críticas a una Iglesia confusa, sin liderazgo, que se ha retirado de las periferias de las ciudades y de lo que Francisco llamaría las “periferias existenciales”, lavándose las manos de contrastar la avalancha derechista con una solemne declaración de neutralidad en la lucha política.

El triunfo aplastante en Italia que instaló al primer gobierno populista el 1 de junio, tras la victoria de Donald Trump en EE.UU., fue una derrota seria que descompaginó los planes del pontificado bergogliano.

Lo de Brasil es en varios sentidos aún peor porque agregó la victoria protestante. El 28 de setiembre pasado Francisco hizo un llamado ante evangélicos, pentecostales y carismáticos católicos a “construir lazos de auténtica fraternidad” en un “camino ecuménico” a la espera “de que el Señor nos guíe a la recomposición de la unidad plena”. Pero los resultados brasileños han puesto al catolicismo a la defensiva y obligan al Papa argentino a replantear sus estrategias en una fase crítica de su pontificado.

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