ARMANDO FUENTES AGUIRRE |
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’Catón’
Armando Fuentes Aguirre

México de maíz
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Ya se anuncian las fiestas de Nochebuena, Navidad y Año Nuevo. Muchas cosas me gustan de nosotros los mexicanos. De todos los pueblos que conozco el nuestro es el más festivo. En ninguna parte del mundo se viven las fiestas con tanta plenitud como en México. Aquí hasta la de Muertos es fiesta muy viva.
El México de maíz es generoso. Quizá no lo sea el México del TLC, pero el México de maíz prodiga sus dones con bondad. Qué bien lo dijo Tata Nacho en su canción: ’Así es mi tierra: abundante y generosa...’.
Lo sé por qué a nadie le faltan en los días de Navidad sus tamalitos. ¿Habrá estudiado alguien en México la gran democracia del maíz? Por todo el territorio nacional extiende Centéotl su munificente reino de tortillas, gorditas, sopes, tostadas, peneques, garnachas, tlacoyos, panuchos, memelas, tlayudas, flautas, salbutes, chalupas, tacos, pemoles, enchiladas, pambazos, totopos, bocoles, tecoyotes, tintines, pellizcadas, nachos, quesadillas, molotes, zacahuiles, penchuques y cien más sabrosísimos etcéteras.
En las casas de los ricos y los pobres hay tortillas. En las casas de los pobres y los ricos hay tamalitos en los días navideños. De dulce, de chile y de manteca; de todos hay. Tamales en casa del potentado; tamales en casa del humilde. Rellenos de carne de marranito o pollo, de queso, de frijoles; riquísimos de azúcar, con su recaudo de piñones, pasas, almendras, coco y nueces.
Yo he comido los tamales que se hacen en toda la República. Los de Oaxaca y Chiapas son los más reputados. Permítaseme la inmodestia –apoyada en datos susceptibles de comprobación científica– de afirmar que a los tamales nuestros, saltilleros o de Ramos Arizpe, esos exóticos tamales no les llegan ni a las hojas. A las pruebas –a las probadas– me remito.
Los tamales son como el pan: se pueden comer a mañana, tarde y noche –sobre todo a mañana y a noche– y nunca enfadan ni dan en cara o caro. De eso no pueden presumir la perdiz, el faisán, el pato a la naranja ni el caviar. El día que yo me muera pónganme enfrente una media docena de tamales. Si no me enderezo en la cama para comerlos entonces sí ya puede el médico extender mi certificado de defunción.
Igual que las estrellas del cielo, los tamales no se le deben contar a nadie. Esa es no sólo grave falta de educación sino –peor aún– de caridad. En una cena le ofreció la anfitriona al invitado:
–Sírvase otro tamalito, compadre.
–No, gracias, comadrita –respondió éste–. Ya me he comido seis.
–Se ha comido ocho, compadre –precisó la mujer–, pero de cualquier modo sírvase otro.
No hay que contar los tamales. Hay que disfrutarlos.
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